Cartas, cartas...

La civilización no es más esa flor frágil que preservábamos, 
que hacíamos crecer con gran cuidado en algunos rincones abigarrados 
de un terruño rico en especies rústicas, sin duda amenazadoras 
por su lozanía pero que permitían 
variar y vigorizar el plantel.
La humanidad se instala en el monocultivo; 
se dispone a producir la civilización en masa.
                                 Claude Lévi-Strauss
 
Escribir una carta a mano, de puño y letra… ¿cómo era?
Cómo es sentarse cómodamente a una mesa iluminada por la luz del día o de una lámpara, tomar una hoja de papel (¿rayado para que la escritura salga bien derechita?)... ese olor del papel... y elegir entre una lapicera o la clásica estilográfica... ese olor de la tinta...
Cuando la escenografía está dispuesta para el ritual, entonces la cabeza se inclina, la mirada se posa, las yemas de los dedos de una mano presionan levemente sosteniendo el papel y con la otra mano se comienzan a dibujar, enlazando letra a letra, las palabras.
Una carta se escribe con el cuerpo.
El texto tiene una forma humana, 
es una figura, 
un anagrama del cuerpo. (Roland Barthes)
Transcurrirán las palabras sobre esa página, y sobre su reverso quizás, y hasta puede que sobre más páginas. Es un tiempo solitario, íntimo, de la mujer, del hombre, que está escribiendo y que ralenta su pensamiento para que la mano se deslice al unísono. Sincronicidad de sincronicidades. 
No hay urgencias, ese tiempo acompaña en silencio el silencio que apenas rasga el roce que no rasga el papel. 
La escritura responde al ritmo de una voz interior, es el lenguaje que nos está regalando nuestro cuerpo en alma.
El placer del texto es ese momento
en que mi cuerpo 
va a seguir sus propias ideas (concluye Barthes).
Con cierta cadencia, lenta y nada veloz la escritura, nuestra carta se impregna de confidencias, o de reproches, o de amor. Mientras tanto, afuera, ¿anocheció?, ¿amaneció? Es que entre palabra y palabra el momento se ha ido eternizando: cuánto rato pasó quedó fuera del reloj y la morosidad permitió los matices para una buena comunicación.
En la despedida, la firma: nombre de pila, apodo, rúbrica…, eso depende del tenor de la carta. Y si hubo algún olvido siempre queda el recurso de una posdata.
Completud para nuestro registro manuscrito. Esa huella, única por nuestra, ya quedó impresa. Ahora…
…plegar la carta con el doblez clásico en cuatro o con otros dobleces personalizados permitirá cobijarla en el sobre que cercano esperaba; una gota de agua, o directamente la lengua salivará la goma seca y el sobre quedará cerrado. Vuelto de frente, escribimos el destinatario; vuelto hacia el dorso, el remitente.
      Alisar, caricia que entibia el envío, es el último paso antes de ir al correo. Carta-tesoro en mano.

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(Gracias Natalia, Alejandro, Rodolfo, Celia, Andrés, Chichita, Azul, Alegría, Hilda)

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